sábado, 16 de junio de 2007
Llegó anoche pretextando una confesión. trajo crucifijo, Biblia y excelente vino. Me miró lento mientras abría la puerta, contempló mi bata y me miró aún más lento. Me estremecí. Enardecí de ansias al no saber que juego soltaría. Se veía exquisito dentro de ese traje religioso, exquisito. Es tan natural esa conducta suya, llegar sin aviso, fingir un nombre, interrumpir mi insomnio para ceder a sus fascinaciones. Me embruja nuestra camaradería;
esa mueca firme de enajenamiento y desesperación que nunca se quita. Me dijo, soy sacerdote de la sagrada familia. Le creí. Lo invité a pasar y a tomar una copa. Bebimos, y hasta donde fue posible perdí la cabeza.
…
Ahora apenas amanece, son las cinco con quince y mientras enciendo un cigarrillo miro de lejos como recibe el amanecer, Josias en definitiva es un hijo de Dios, ninguna otra criatura puede lucir tan preciosa mientras duerme.
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